Primera parte de la continuación del "club de los corazones rotos" sin revisar.
Los primeros días no se supo nada de Mario.
Fue como un fantasma. No se le veía por el club. Ni por la tienda de música. Ni por ninguna cafetería de las que era habitual.
Y, según contaron en su momento sus compañeros de trabajo, aunque estaba en su puesto, era como si no se encontrase allí. Hacia comentarios escuetos y sonreía forzadamente. La coleta y la barba las llevaba algo mas desaliñadas y tenía la mirada perdida.
Después, empezó a parecer normal. Pero solo a parecerlo. Se daba a esas situaciones en las que te percatas de que una persona se esta esforzando por ser lo mas normal del mundo. Que se está esforzando en no forzarse.
Luego, él mismo contó como había pasado autenticas horas sin saber que hacer, tumbado en la cama o delante del ordenador viendo videos tontos o leyendo alguna estupidez.
No quería pensar, y necesitaba hacer algo, pero no podía. Quería reír, gritar, llorar, enfadarse, o salir corriendo. Quería ir a un sitio que le hiciese sentirse mejor, o hablar con alguien que le reconfortara. Quería ser feliz, en ese instante.
Y lo único que hacia era dar vueltas y vueltas mientras los segundos pasaban lentamente, autenticas eternidades, inaguantables y tortuosas. Y el no era capaz de desbloquearse y hacer algo.
Era tan sencillo: una llamada a algún amigo. Un café con una charla en el bar. Una película en el cine. Un viaje rápido en el coche a algún monte cercano. O un concierto. Pero no hacia nada. Solo esperaba, sin saber muy bien a qué. Sin atreverse a mover su vida demasiado por si se le caía algo encima.
Se sentía traicionado por su mejor amigo. Se sentía solo. Muy solo. Con el corazón roto, en cierto sentido.
Así que volvió al club, un par de semanas después. Allí estaría donde correspondía.
Gracias a Dragón por la continuación
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